Nacimiento de Lea

Mi relato empieza en México, en plena pandemia. Ahora me doy cuenta que lo que permitió que el proceso se diera de una manera tan hermosa fueron, en medio de tanta incertidumbre, mi calma y confianza en mi cuerpo y estar rodeada de las personas indicadas

Después de vivir allá durante 5 años con Mariano, mi compañero y papá de mi hija, habíamos decidido volver a BsAs en el momento de tener a nuestrx hijx. Supimos del embarazo unos días antes que cerraran las fronteras por el COVID.


Durante el primer trimestre y casi todo el segundo no sabíamos si íbamos a poder venir a Argentina o tendríamos que recibir a nuestra hija en Ciudad de México. En ese tiempo aprovechamos para informarnos sobre posibles instituciones donde parir. Si bien, tengo que reconocerlo, me daba miedo el parto en casa, tenía muy claro que quería un parto fisiológico y sabía de la violencia obstétrica y la cantidad de intervenciones innecesarias que suceden en nuestro sistema de salud. También me preocupaba un poco mi diagnóstico de útero bicorne y las posibles complicaciones que se pudieran presentar. Después de buscar mucho y preguntar a la gran red de madres y profesionales, dimos con el PSI (Programa de Parto Sin Intervención) del IMO e inmediatamente nos pusimos en contacto con Agostina Caruso, su coordinadora. Ya desde el primer mail supimos que habíamos encontrado lo que buscábamos. 

Todo se dió sincrónicamente porque logramos viajar a Buenos Aires en un vuelo de repatriación y llegar justo en la semana 26, que era cuando empezaba el ciclo de 12 encuentros del programa. A partir de ahí iniciamos un recorrido hermoso de preparación. 

En los encuentros (por zoom dado el contexto) fuimos conociendo a todas las especialistas, creando un vínculo afectuoso y de confianza, algo que considerábamos clave. Nos sacamos dudas, miedos, aprendimos del proceso fisiológico y de nosotrxs mismxs. 

La gestación, a pesar de estar mudándonos de país, buscando dónde vivir y en el contexto de COVID, fue tranquila a excepción de las últimas semanas en las que volvió el miedo: temía no llegar a término, estaba con contracciones preparatorias muy seguido y el fantasma de que mi útero bicorne podría no resistir me pesaba. Analía, la obstetra del equipo, se ocupó de acompañarme y tranquilizarme en esas crisis. 

Ella y también un trabajo enorme para recuperar la confianza en mi cuerpo y en mi propia percepción. Finalmente el 31 de octubre a la 1.30 de la madrugada y con una luna llena hermosa, rompí bolsa (semana 37.6). Cuando sentí el estallido y vi todo ese líquido pensé: listo, es ahora. ¡Vértigo! 

Llamamos a Vero Pla (la partera que iba a atender mi parto) y nos recomendó descansar hasta que empezaran las contracciones. Eso pasó a la hora y poco, en seguida las contracciones se hicieron rítmicas. Yo estaba tranquila, todavía eran suaves y las pasaba en la pelota o en la ducha. Habíamos trabajado en el programa sobre nuestra relación con el dolor y me acompañaba la idea de que el dolor que sentís durante el trabajo de parto a diferencia del resto de los dolores, no es un indicador de que algo está mal sino la señal de que la maravilla del nacimiento está por suceder. 

Cerca de las 5.30 llegó Vero a casa. Yo seguía en la pelota, escuchando el playlist que había armado para ese momento y entregada al viaje, me alegró verla. Me hizo tacto y ya tenía 6 de dilatación así que nos fuimos al IMO en su coche. Llegamos alrededor de las 7 de la mañana, me acuerdo que la ciudad estaba despertando y el sol muy bajito barría la avenida Libertador. Nos recibió con mucha calidez Adriana Moslares (la otra partera del equipo que igual que Vero había estado en muchos de los encuentros y a la que había podido abrazar unas semanas antes). 

En la sala que habíamos conocido en una visita especialmente pensada para eso, ya estaba todo listo: luces bajas, música, pelota, telas, barra, banquito de parto, piso de goma, etc

A los pocos minutos llegó Agostina y más tarde Analía. Verlas a cada una me llenaba de alegría, confianza y tranquilidad. Todxs estábamos felices y entregadxs al proceso. Lo primero que recuerdo fue un monitoreo para ver cómo estaba nuestra bebé, sus latidos estaban perfectos. Me acuerdo cuánto me tranquilizó escucharla. A partir de ahí la historia se vuelve bastante confusa en mi recuerdo, más bien guardo sensaciones: Sé que probé movimientos en la pelota y busqué posiciones que ayudaran a mi hija a bajar y a mí a transitar las contracciones, sé que en algún momento empezaron a ser más fuertes y dolorosas. 

Sentí placer y lloré de alegría y agradecimiento por estar viviendo así esa experiencia. Con tanta conciencia, calma y rodeada de amor. Sentí un dolor y cansancio que nunca había sentido, me dormí entre contracciones. Sentí miedo. Desconocí mi cuerpo para volver a conocerlo. Escuché la música que habíamos elegido, escuché cantar a mis amigues, lloré de alegría otra vez. Tomé agua, intenté comer pasas de uva y nueces. 

Me moví constantemente. Descansé cada vez que pude. Sé que en algún momento Adri me dijo con palabras muy suaves que me fuera hacia adentro y que confiara en mi cuerpo, que lo estaba haciendo muy bien. Mariano me cuidó constantemente, nunca dejó de acompañarme y sostenerme. Todas apoyaron desde donde les tocaba. 

Agos custodió que yo no tuviera calor ni frío, que tuviera agua, que me sintiera bien. Me dió a oler una esencia cítrica que me encantó, lo hizo en momentos claves. Adri era un monje, un samurai. Me hizo masajes estratégicos y me habló suavecito con palabras reconfortantes. Vero llegó con toda su calidez y blandura. Analía fue una guardiana amorosa y atenta. 

Me acuerdo que el dolor de las contracciones era como una ola, como una ráfaga que me iba acercando a la llegada de mi hija. Me acuerdo de sentirme en otro plano de la percepción, de sentir confianza y fuerza. De buscarla a ella adentro mío, de hablarle y llamarla por su nombre por primera vez: Lea (todavía nos debatíamos entre dos nombres posibles), de decirle que ya estaba lista para recibirla. Seguí buscando posiciones y movimientos hasta que sentí que ya no tenía fuerzas, no era tanto el dolor como el cansancio. 

Me sentí frustrada por no poder lograrlo, por no encontrar cómo. Ahí Mariano y el equipo fueron clave, me contuvieron y alentaron para que siguiera. Para que encontrara mi propia fuerza. Tengo la sensación de ir y venir de la confianza al miedo y la frustración en varias ocasiones y la llave para entrar siempre era volver a mí, a mi cuerpo, a mi hija. 

Me acuerdo que hacia el final del trabajo de parto, probablemente por la forma de mi útero, las contracciones empezaron a ser más cortas, me acuerdo de sentir que no eran suficientemente largas para que mi Lea saliera. De querer que duraran más, de decir en voz alta: “necesito contracciones más largas”, de repetirlo para que se hiciera realidad. Me acuerdo de tocar su pelito, de llorar, de pedir ayuda, que Mariano me sostuviera, de volver a recobrar fuerzas. En algún momento de esa etapa, Adri y Analía me propusieron una dosis mínima de oxitocina sintética para ayudar al expulsivo. “Dos buenas contracciones y la sacás”. 

Me acuerdo clarísimo cuando vi aparecer por la puerta el suero, era como un ser de otro planeta distinto al mío y con el que no quería tener ningún contacto. En ese instante algo muy profundo se abrió y entendí que podía parir a mi hija sin nada más que mi propio cuerpo y el de ella. Que era el momento. A partir de ahí fue puro placer, si hubo dolor no lo percibí. Pujé con todas mis fuerzas y sentí cómo mi ser entero se abría, cómo me disolvía y al mismo tiempo estaba más presente que nunca. Sentí la carne y los huesos cambiar de estado. Sentí la fuerza más profunda y fundamental de mi vida. Y sentí cómo mi hija me atravesaba. Entonces Mariano empezó a llorar y las chicas en la sala me alentaron diciendo que ya estaba ahí, que su cabeza se asomaba. La contracción pasó y no sé bien cómo, pero sostuve esa fuerza hasta que llegó la siguiente. Fue uno de los momentos más hermosos y placenteros de mi vida, cortito e interminable al mismo tiempo porque todavía me acompaña: sentí cómo toda yo me transformaba en otra cosa y cómo Lea salía de mi cuerpo, la vi, la olí, la abracé para siempre, la puse en mi pecho y nos dimos calor y el amor más inexplicable de mi vida. 

Creo que mientras eso pasaba yo repetía casi gritando de euforia, algo así como “ya estás acá”... 

Lea nació el 31 de octubre de 2020, a las 15:27 hs.